De protagonistas y de nombres


Toda novela tiene una historia y unos personajes que transitan por ella y que nos sitúan en mundos y contextos muy diferentes. ¿Cuántos de nosotros nos hemos preguntado qué importancia tiene que el nombre del protagonista de una novela se llame fulano o mengano?

nombre del protagonista

Ningún autor escoge arbitrariamente el nombre de su personaje principal ni lo mete en el mundo de su historia sin ton ni son. Tal vez los novelistas puedan adoptar la nominación de otros personajes sin tanto miramiento o detenimiento, pero otra cosa muy diferente es cuando se ponen a bautizar a su protagonista. Tal vez algunos puedan elegirlo aun antes de empezar a escribir porque muchos autores lo tienen ya en la cabeza. Son como en las parejas que esperan su bebé y se dedican a hacer listas de nombres para que puedan seleccionar uno que le siga gustando después. La relación de los escritores con la elección del nombre de sus protagonistas es tan intensa y resolutiva que siempre tiene consecuencias.

¿Existe una sociología de los nombres propios de los protagonistas en la novela? ¿Te preocupa el asunto de los nombres de los personajes de tus obras de ficción? ¿Es trascendente la carga humana de tus novelas y la nominación de tus protagonistas? Resulta curioso que una novela cuyo protagonista tenga el nombre de Billy el Niño no te dé en las narices ni sospeches que esconde, al menos en el subconsciente, la veracidad de tratarse de una novela negra porque un nombre así, de Billy el Niño, te suena a que debe ser un sicario profesional. Un nombre bien colocado a un personaje de novela vale por toda una etopeya. Extraigan ustedes nombres sueltos de sus novelas y, aun fuera de sus contextos, reflejarán contenidos sociológicos, estéticos, históricos, biográficos, etcétera.

En la obra de Benito Pérez Galdós, los nombres propios de los personajes tienen un carácter simbólico en general, pero nunca son gratuitos. Quien quiera lo puede cotejar en sus novelas históricas La fontana o El audaz. En Fortunata y Jacinta, en cambio, cobran un protagonismo importante. Se pueden rastrear tras ellos algunas afinidades con nombres y hechos de la época, personajes principales ante triángulos cambiantes.

Se dice de Patricia Highsmith que envió su manuscrito a un editor, después de que tres amigas hubieran visto y alabado su original, diciendo que era “real como la vida misma” y luego de haber cambiado cuatro veces los nombres de los personajes masculinos y femeninos, en detrimento del primer documento, y después de que un amigo o amante —es igual— hubiera leído la primera página y se lo hubiera devuelto diciéndole que ya lo había leído entero. Como pago a tantos cambios de nombres de sus personajes, el editor lo rechazó.

No quisiera extenderme, pero sí recordar algunos otros escritores, como Camilo José Cela, que en muchas de sus novelas, por referirme a dos de ellas, obras tales como Viaje al Pirineo de Lérida o Viaje a la Alcarria, menciona numerosos nombres reales; Rafael Sánchez Ferlosio que, en su El Jarama, incorpora numerosos nombres y apodos; Andrés Trapiello que, en su obra El buque fantasma, compila, nombra de nuevo y los vuelve “a sacar a escena para que el lector contemple por última vez su amada vida y su ficción”. Y así, tantísimos más.

Y por enumerar uno más de nuestros días. A los hechos me remito. Quien bautiza a su protagonista como Luz, La historia de Luz, novela de Fernando Gamboa —Amazon, 2015—, es evidente que tiene la intención de alumbrar y destapar una historia que llega al corazón, de hacer literatura de cercanía.

También se dan los escritores que suelen manejar a veces los mismos nombres. Por ejemplo, eso dicen de Juan José Millás, un autor que recurre a nombres como Julio y Ana. Los utiliza en algunas de sus novelas —pero no estoy seguro—. A otros les gusta emplear nombres cortos y eufónicos. E incluso nombres extranjeros.

Hay, por supuesto, otros autores que cuando están escribiendo no saben cómo denominar o apodar a su protagonista ni a sus personajes ni darle nombre a los lugares en los que viven o mueren. Quieren ambientarlos pero no les preocupa en dónde. El tema de bautizarles es una cuestión baladí. No les interesa. Priorizan darles vida que saber cómo los llamarán.

nombre del protagonista
Los ejemplos son infinitos. Pero pese a todo, se ha de admitir la constante búsqueda de los nombres más adecuados para resaltar un mundo propio: la vida de los escritores y sus personajes. ¿Quién se pregunta si tras esa búsqueda de nombres se puede compaginar —con credibilidad— biografía y ficción? Lo cierto y natural es lo que importa, qué se cuenta y cómo se cuenta, sin que tenga preferencia alguna que el nombre del protagonista se llame de una forma u otra. Los otros límites los pondrá el lector. Este siempre sabrá que narrador y autor —con el nombre del protagonista o sin él— nunca son la misma persona.

Queden aquí las reflexiones expuestas y aunque sean interesantes para unos e inocuas y simples para otros, sepan que sus criterios y observaciones me interesan siempre. Solo quiero que los lectores sean los que se pronuncien en el sentido que fuere y con eso solo me doy por satisfecho. Mucho más si me siguen leyendo y participan directa o indirectamente en el intercambio de ideas, conocimientos y anecdotario.

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Acerca de Alejandro Cano

Me gusta el pensamiento conceptual. Filósofo y escritor. Novelista, ensayista, traductor y poeta. Este blog es una plataforma de intercambio de conocimientos, tus comentarios son importantes para ayudarlo a crecer y mejorar.

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