Voy a referirme a esta nueva generación de escritores nacidos al amparo del mundo de la autoedición que —muchos de ellos— serán injustamente difuminados y sepultados por la agresividad de las corrientes claramente marcadas por circunstancias no estrictamente literarias. La presión de las editoras de primera línea será implacable por mantener en cabecera de ventas y, sobre todo, de publicidad a sus mejores escritores.
De ahí que los autores auto editados, tras un primer esfuerzo por divulgar y dar a conocer su primer alumbramiento literario y sus posteriores novedades, van a padecer un serio olvido por parte de los lectores que dicen valorar la novela contemporánea. No serán estos y sí otros más complacientes, los más afines a novelas más convencionales con artificios forzadamente testimoniales, en formas narrativas de difícil clasificación, los que escriban juicios no solo benevolentes sino definitorios con calificativos de escritores excelentes.
Todos los autores teníamos que filtrar y cribar muchos de los juicios que se escriben sobre nuestras obras. Es una pena que no nos demos cuenta que muchas veces —se pueden cuantificar e incluso someterlas a los números de las estadísticas— se nos cita por respeto, cercanía, amiguismo y para emitir un par de juicios estereotipados.
Tras tanto incienso y alabanzas viene después la frustración. Las ventas no se corresponden con las expectativas primeras ni con el apoyo de terceros. En estos tiempos en que lo inmediato ha cobrado un auge extraordinario gracias al boom de las publicaciones en ediciones digitales y versiones electrónicas, la eclosión de la literatura no se para en nada y lo que importa es ponerla al alcance del lector. Pocos se plantean que antes que publicar hay que releer lo escrito varias veces y darle calidad. Esto ni se cuestiona. No es la premura por ponerla cuanto antes en las redes sociales ni en los blogs lo que se premia. Y menos si mencionamos el engranaje comercial del mundo de las ediciones digitales de todo tipo que hay detrás. No seré yo quien enfatice ni quien quiera reprobar la masiva concurrencia de novedades —muchas de ellas cuajadas de todo tipo de desbarros, no todas— que invaden el mercado y que contribuyen a asfixiar casi por completo el voluminoso plantel de los escritores emergentes y de los ya consagrados. Sí quisiera señalar y manifestar mi opinión, al haber pilotado como responsable una editora literaria, que los manuscritos de los escritores de una época ya pasada eran no más puristas pero sí más meticulosos a la hora de cuidar sus textos que los de ahora. He leído originales de todo tipo, unos excelentes que se siguen leyendo, algunos con un punto de locura y muchos de cordura, y otros que no tuvieron la suerte de la edición ni del éxito, vicisitudes que en los tiempos pasados tocaba a tantos. Aún guardo algunos ejemplares sometidos a concurso que recogen elementos de la época, donde se pueden reconocer fácilmente las tendencias imperantes, argumentos que, a día de hoy, encajan en nuestra sociedad. Tiernos —pero sin ñoñerías— con toques de regusto amargo. Otros reflejan la realidad crítica de las crisis de entonces —que las había iguales a las de hoy— y consecuencia de las mismas.
No voy a negar que sea este un momento de especial desconcierto o conformismo. ¿Hay algún valiente que se haya preguntado y contestado por qué existen hoy —comparativamente— tantísimos novelistas, poetas, ensayistas, etcétera, que solo son autores pero no lectores? De los libros de tus amigos escritores, ¿cuántos has leído? ¿Se los has hecho saber? Quieres que te lean, ¿pero lees tú? Los mercados van a la baja en el momento que exista mayor oferta que demanda. Por tanto, solo venderá quien ofrezca más calidad a mejores precios. No obstante, una verdad es incontestable. Los precios de los libros de los autores auto editados están a precios low cost y, en consecuencia, asumibles. ¿Qué falta —si falta algo— para que los libros se vendan? Solo excelencia. Historias y textos de calidad que atraigan al lector para que su lectura sea interesante y además entretenida.
Los estándares de perfección que se ha de exigir el autor son prioritarios. De no existir, vendrán las frustraciones. Las metas son alcanzables porque son realistas. Una frustración se corrige si reconoces tus errores. Mediante la experiencia crecemos y aprendemos. Hoy disponemos de las herramientas y conocimientos para hacerlo. La esencia del escritor reside en escribir. Y cuando lo hace, en esos momentos nunca piensa en los lectores que tendrá, menos aún en cuántos, ni en qué dirán de su novela. Aunque admitamos —cómo no— que una posible secuela compensatoria sea que te lean.
El escritor disfruta o padece —o las dos cosas a la vez— cuando crea o destapa una historia real o imaginable, pero creíble, cuando monta los andamiajes para conformar sus personajes, pero por encima de todo, el escritor lo es cuando escribe.