La relación entre la teoría de la corrección comparada con la práctica de los profesionales de la corrección, por su intensidad y por el acuerdo o no que concitan entre muchos de los involucrados en estas disciplinas, se muestra como un terreno abonado para poner al descubierto aspectos señalados, en especial por lo que se refiere a la necesaria dimensión entre la teoría y el comparatismo de lo que se escribe y se dice y lo que debe escribirse y decirse. Se ha de dar salida a determinados atolladeros que nacen —casi siempre— de parte del autor por entender que no termina por conocer y aclarar cuál es el objeto de la corrección.
Salta a la vista el carácter incongruente en determinados aspectos de las autocorrecciones y particularmente del lenguaje escrito. Algunos de ellos proceden del desconocimiento lingüístico que torpedean el trabajo del corrector profesional. El propósito principal es contribuir a fijar la necesidad de corregir fundamentalmente los textos y situarlos en la necesidad de que se publiquen con la imagen clave de que es un buen texto.
¿Es suficiente la autocorrección?
Observamos una serie de conocidos errores, que alcanzan especial frecuencia en los monosílabos verbales procedentes de campos semánticos del sentimiento, como rio, o frases entrecortadas, todas ellas buena muestra de acepciones del estilo romántico.
Hay que evitar los usos incorrectos de la coma, las exclamaciones e interrogaciones retóricas. De igual modo, importan las preguntas que se hacen asimismo el protagonista o los diferentes personajes sin esperar respuesta. Con este mismo fin, parece usarse el polisíndeton —la repetición de la conjunción «y»—.
Por otra parte, aunque sea correcto hay que evitar los gerundios —es mejor utilizar pocos—; los adverbios terminados en -mente —el escritor Stephen King asegura que son el peor enemigo de la escritura—; las sucesiones de verbos en infinitivo —las perífrasis ensucian el texto—; las frases largas —la claridad del texto aumenta si las frases son cortas—.
Es frecuente observar una serie de preferencias léxicas fácilmente reconocibles: alcanzan especial frecuencia los sustantivos procedentes de campos muy socorridos y repetitivos. Asimismo, ocurre mediante la adjetivación que el autor destaca para decir la misma idea —también repetitiva conceptualmente— que no refuerzan la intensidad expresiva.
Hay descripciones de paisajes donde encontramos ejemplos claros de hipérbole, ya que exageran características hasta el punto de que cualquier lector pronto advierte que tal tierra no existe.
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Por supuesto, ante no pocas correcciones habrá quien demuestre su disconformidad. Nada de extraño tiene, ya que se trata a veces de materia opinable. Ya sabemos —y es viejo en estas cuestiones— que no estén conformes unos gramáticos con otros, filólogos con escritores, y muchas de estas personas con los preceptos de la Real Academia. Y para colmo entre los mismos académicos.
En cuanto a las formas verbales «rió» y «riáis», «huí», las pp. 231 y 235-236 OLE dicen que las palabras monosílabas no se acentúan nunca gráficamente, salvo en los casos de tilde diacrítica. Así que, según la Academia, se escriben sin tilde. Lo mismo pasa con el adverbio solo que no debe tener tilde nunca cuando no hay riesgo de ambigüedad. Cuando hay riesgo de ambigüedad y es adverbio, se desaconseja la tilde y en su lugar se prefieren las formas sinónimas únicamente o solamente. Sin embargo, la Academia en su última Ortografía ha encontrado disensiones significativas varias, entre ellas incluso la de algún académico, como Manuel Seco (ver, por ejemplo, la conjugación del verbo reír en p. 518 NDDD, donde figuran «rió» y «riáis»), quien en p. 687 NDDD dice textualmente que «la Academia está errada, y siembra con ello la confusión […]». Y asimismo son varios los académicos que escriben y publican siempre sólo —con tilde— aun siendo adverbio.
Vemos en —http://corrigenda.es/ — cómo la presencia de posiciones encontradas alrededor del fenómeno de la corrección, que parte a menudo de la adopción más o menos consciente de determinadas correcciones, da paso a un cuerpo de teorías que siguen gravitando, ya sea para seguirlas o bien para estudiarlas como un índice de aproximaciones, o para rechazarlas, en torno a ejemplos que transitan por gramáticas y lingüistas. Atentos, pues, al tratamiento de los autores —buena parte de la narrativa contemporánea de algunos de los autores que publican en Amazon—, que no asume ni se subordina al cuidado de los lenguajes del relato. Se trata, en suma, de saber qué se quiere decir o narrar, pero sobre todo el cómo. Es decir, dar con la capacidad de poner un lenguaje actual, que se habla en la calle y se enmarca y se escribe en los libros.
Sin embargo, la práctica comparada entre lo que se escribe y lo que debe escribirse supone una necesidad cultural en la actividad teórica, lo que determina que los conceptos a los que inevitablemente se recurran no sean normativos ni tengan pretensión de universalidad, sino que, al orientarse hacia hechos culturales o formas idiomáticas implantadas en el acervo histórico de los pueblos en los que se habla y escribe en castellano, admiten que traten de valores y modos de expresión y de identidad en su mundo expresados mediante formas literarias que postulan mantenerse como señas propias.
Simone de Beauvoir decía que «escribir es un oficio que se aprende escribiendo». Nosotros añadiríamos algo más: escribir es un oficio que se aprende escribiendo y sobre todo leyendo. Dicho de manera sucinta, pero rigurosa y amena, es el caudal de conocimientos más frecuentados por un escritor —novel o no—, de manera que permiten recordar, asentar y desarrollar los conocimientos sacados de nuestras lecturas y que se hallan en nuestro horizonte lector y cultural.
#Sigueylee en https://twitter.com/corrigenda_es y en https://facebook.com/corrigenda.es/ nuestros contenidos sobre incorrecciones y particularidades del lenguaje. Por su sencillez y estructura, además, son apropiados para consultas parciales, puntuales y rápidas, pero que dan pie —si se quiere— a otras lecturas sobre determinados temas más demorados y exhaustivos. Todos ellos satisfacen la curiosidad del autor novel o del ya más avezado en la asendereada senda de las letras y pueden satisfacer la necesidad de contar con un compendiado recordatorio de incorrecciones y particularidades del lenguaje.
Desde el punto de vista metodológico, estas sugerencias sobre la teoría de la corrección son más bien orientativas, entendidas de forma pragmática con el estudio y la experiencia del proceso de la corrección en situaciones de campo de trabajo, como los usos, funciones, efectos e implicaciones de los textos una vez publicados, sin perspectiva del retorno que permita diferenciar el primer texto publicado y el que —una vez corregido de nuevo— se volviera a publicar.