Me acaban de llamar desde Nueva York. Son las trece horas en mi reloj. Tengo un segundo mensaje urgente. Mi amiga ya no está en casa y va camino como cada día a la Grand Central Station, al centro de Manhattan, entre la calle 42 y Park Avenue. Nunca hablamos a estas horas tan tempranas para ella —y me sorprende—, pero ha optado por dejarme un recado en forma de epístola que, con su permiso, transcribo. Los sueños, sueños son Artículo publicado el 12 febrero, 2015 por Alejandro Cano