Se tiene que asumir que el momento de gloria de un escritor de ficción puede durar apenas unos días. ¡Y si llega! La realidad es que no todo lo que se escribe y edita, se lee. Un ejemplo: has publicado un libro y apenas has tenido eco. ¿Causas? Una es cierta. Como se edita tantísimo, la riada de novedades —diaria— se la ha llevado sin pena ni gloria y, como consecuencia, te has metido en tus horas bajas.
Tras un aparente fracaso siempre se esconden las preguntas que nunca se quieren responder. El problema de algunos escritores es que no están hechos para puentear una serie de dificultades —no aparentes y sí reales— que tendrían que solventar con cierta facilidad. En cambio, para ser coherente no tendrás más remedio que enfrentarte a las nuevas herramientas que solo utilizan los escritores avezados que siguen en el mercado con vocación de continuidad. En definitiva, los autores que venden. Remedios para ir aún más lejos los tienes en todas partes, pero solo los tuyos —si te conoces— serán los que te saquen del aparente hundimiento y agobio. Lo que te dificulta o te impide alcanzar ese objetivo que deseas es no pararte en canalizar tu esfuerzo y energía en lograr otras claves. Pero creo que hay muchas formas de hacer las cosas. A pesar de que siempre hay “peros”, por supuesto. Tener otras metas sustitutivas, es decir, buscar otros planes —llámalos como quieras— te ayudarán a superar la frustración.
Pautas identificativas
Muchos autores tienden a desvincularse de sus obras una vez publicadas porque no fructificaron las esperanzas puestas en las mismas, pero sobre todo porque no acabaron de tener éxito de público o crítica. La valentía radica en buscar dónde está la diferencia entre los que venden y los que no hacen nada para terminar con el problema y no caer en un estado de abatimiento permanente. Es cosa de aferrarse a una idea. Y a partir de ahí, desde el examen, estudio y argumentación de algunos errores o aciertos de cómo se editó una obra y de cómo se podría reeditar con algunas estructuras diferentes, identificar y argumentar las pautas para cambiar las partes que no destacaron, que fueron un lastre bien en la comprensión o el seguimiento e interés que subyace en el entramado de la historia. Hay coincidencias y diferencias que, una vez detectadas, se han de tomar las decisiones importantes que sean necesarias. Una vez ponderadas y con el diagnóstico hecho, se ha de ir al grano. Una primera medida es revisar cuanto se haya de cambiar o modificar antes de pasar por una puesta a punto de una segunda edición, necesaria para que por ti o por tu asesor se tomen las medidas más evidentes y cambiantes para su mejor resultado. No obstante, hay escritores muy reacios por entender que por desengrasar dos capítulos o parcelar más o menos la dinámica del libro se consigan mejores logros. Someter solo a una especie de liposucción cuando se cree que el texto es adiposo, que está hinchado, e ir a un adelgazamiento o un lavado de cara porque barruntas que eso será suficiente, es muy peligroso. Todos sabemos que muchos escritores creen que, una vez publicada, una obra ya no se tiene que tocar y menos reescribir.
El peso de los lectores
Sus razonamientos pueden ser buenos o malos. Algunos de sus lectores se identificarán como que han sido traicionados con una segunda versión o con la amputación de textos o la implantación de injertos, colocación de prótesis que no vendrán a cuento o con la infiltración de ácidos hialurónicos literarios para darle otra fisonomía, que pondrán en tela de juicio y que no sabrán si mejorará o empeorará la obra. Otros, en cambio, ensalzarán la decisión y la oportunidad de que el mismo autor sea autocrítico y opte por reflejar lo último que le interesa decir. No querer tocar una obra escrita y publicada porque algunos de los lectores se lo echarán en cara o porque muchos autores no lo han hecho nunca, no quiere decir que sea una obra definitiva y menos si el autor, por razones varias, toma la decisión de hacerlo. Aceptar el concepto de «obra definitiva» es solo fruto de no reconocer las propias limitaciones y de no querer aceptar que no hay una obra perfecta. Si identificamos los fallos estructurales, sabremos cómo reaccionar ante los hechos que nos impidieron alcanzar la meta soñada. Si aprendemos de los resultados frustrantes del pasado, los vemos como una lección y a partir de ahí se evitará que esa situación se vuelva a repetir. Se ha de dar y presuponer, por supuesto, que en la primera versión siempre hubo un buen libro.
¿Cuentan solo los resultados?
Existe otra gran evidencia. Es la preocupación, desde la perspectiva de los resultados, de que con el cambio han de darse otras satisfacciones. Baste decir que hay otras justificaciones que por sí solas te empujarán a tomar esa decisión. El prurito de cambiar, de revivir los textos, es antiquísimo. Dio comienzo con la misma creación literaria. En concreto, se tiene que responder a preguntas en apariencia sencillas que se convertirán en logros.
¿Será mejor un cambio de estructuras, una alteración de la ubicación de capítulos que o bien precedan o bien se posterguen unos a otros condicionados por la mejor solución? ¿Por qué? ¿Un análisis exhaustivo de estas permutas será suficiente? ¿Qué beneficios se sacará? Las respuestas no lo aclararán todo, ni muchísimo menos. Algunos prefieren no mirar atrás ni volver a abrir más sus originales, otros no pararán de hacerlo e incluso siempre soñarán con llevarlo a cabo. Las dos cosas son contraproducentes pero lo importante es la solución que se escoja y, sobre todo, que sea una u otra. Siempre sopesando los resultados.