¡Qué más da!


Hoy me he puesto frente al monitor del ordenador, frente a una pantalla en blanco, y he dejado mis repulsas y mis simpatías guardadas en un cajón para que lo subjetivo no sea lo primero que traslade a los lectores.

Qué más da

Imagen: Jude Doyland


Pero ha sido en vano. En seguida me han asaltado preguntas que nunca me había hecho y que hoy, en esta mañana barcelonesa y muy fría del 6 de febrero de 2015, no voy a dejar sin contestar.

Siempre me había cuestionado por qué se escribe sobre una historia y no otra. ¿Qué relación o conexión guarda lo que escribes con algo muy tuyo, con algo que has vivido? ¿Tienes alguna historia de amor rota en mil pedazos? ¿Fuiste testigo o sabedor de un asesinato o de una traición? ¿Por qué te lo refirieron y asumiste que serías tú quien lo subiera a escena? ¿Por qué te metes en un capítulo y luego en otro, sin parar, y cuando has de dejar de escribir para hacer otros menesteres, sigues dándole vueltas a lo que dejaste escrito y a lo que va a seguir?

No sé por qué me lo pregunto. Ni sé si solo me pasa a mí o si le ocurre también a otros. ¡Qué más da! Por eso, para asegurarme, y como a estas alturas más que porvenir, tengo mucho futuro por detrás, me desnudo sin saber por qué. Me sucedió una vez —quizá también a otros— que cuando tenía media novela escrita, opté por dejarla inconclusa sin darme más explicaciones. Aún está en algún cajón. No lo abriré jamás para soplar el polvo de sus textos —por miedo— y por no interrogarme acerca de si aquella experiencia fue o no positiva. Ni averiguo qué hace allí. Pero qué más da. Entonces rompí una relación que no debí. Mi deber hubiera sido dejar un pósit —amarillo, rosa, me da igual— a modo de recordatorio: “volveré de nuevo” o “no me esperes, ya no me gustas”. Algo falló entre lo que escribía y alguna nueva historia que no me dejaría dormir. Como en la vida. Y así pasa lo que pasa. Desde entonces creo que existe una relación directa —del tipo que fuere— entre el autor y su obra.

Pero asimismo sé que hay relatos que a uno le gustaría confesar porque son parte de su historia y nunca lo hará. Para qué editar en formato digital o en papel la crónica de la amiga que escribía y publicaba en Destino, si ya ni existe la que fue prestigiosa revista ni mi amiga, que se la llevó la vida cuando aún no había llegado a sus primeras soledades.

Hay obsesiones que jamás se abandonan. A mí me pasa. Te quemas en el entusiasmo al bocetar tus personajes pero desfalleces después cuando los identificas con algo que te es muy habitual. Cabría preguntarse qué número de palabras propias ponemos en boca de nuestros personajes y les hacemos tomar decisiones que no son otras que las propias.

¿Qué relación existe entre el autor y sus personajes? ¿Te son familiares o no? ¿Por qué esos y no otros? Porque algún nexo tiene que haber. Porque los reconoces con los ojos cerrados, viven en tu casa y en ella habitará la vida. Si no, ¿por qué los echa a andar y haces con ellos lo que quisieras plasmar tú mismo o quizá lo que has realizado ya? Podrías haber escrito algo diferente. ¿Pero cómo intentarlo sobre algo que no te interesa? Si te has decantado por el protagonista que habita tu novela, tienes que estar al tanto de sus decisiones y sus dudas —que quizá son las que tú mismo te formulas— y por eso escoges esa historia y no otra.

¡Qué más da! Sea verdad o no cuanto pregunto, prefiero irme a tomar un buen café —bien calentito— para quitarme el frío intenso que sufre Barcelona y olvidarme de más interrogantes que, a no dudar, quedarán por ahí para tiempos mejores.

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Acerca de Alejandro Cano

Me gusta el pensamiento conceptual. Filósofo y escritor. Novelista, ensayista, traductor y poeta. Este blog es una plataforma de intercambio de conocimientos, tus comentarios son importantes para ayudarlo a crecer y mejorar.

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